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Para empezar con el blog, vamos hablar de esperanza aún en los momentos más duros.

Manuel fue feliz durante muchos años, tantos cuantos su madre vivió. Tenían una relación muy estrecha, hasta cómplice. Con su padre era distinto. Él era de naturaleza fría quizás porque se había criado en circunstancias difíciles. Realmente no le importaba, lo veía poco y quien se ocupaba de él era su madre.

Un día de verano en el que habían salido a pasear, él entonces tendría 7 años, sufrieron un accidente y su madre murió. Manuel quiso cruzar precipitadamente la calzada en pos de un perro y su madre lanzándose a evitarlo fue atropellada. Aquel día se rompió por dentro.

A partir de entonces quedó a cargo de su padre quien no era capaz de sobreponerse a su propio dolor. No hubo tiempo para él, ni para sus sentimientos y quedó a merced de si mismo y de su culpabilidad por la muerte de su madre. Se esperaba que se comportara con normalidad y que siguiera para adelante sin dar problemas. Pero él, herido de muerte los daba.

Y dio uno tras otro en un camino errático. Y hay que decir que su padre lo intentó, pero desconociendo el lenguaje afectivo no logró ningún acercamiento. Era todo muy formal y Manuel necesitaba otra cosa, aunque él mismo no sabía qué.

Pasó el tiempo y ya adulto, mientras estaba internado en una clínica de desintoxicación pagada por su padre en sus muchos intentos de recuperación de su alcoholismo, conoció a una chica que  se enamoró de él y que vió su dolor bajo la apariencia de agresividad que entonces tenía.

El  hizo lo posible por alejarla, pero ella con paciencia siguió apostando por él y en un proceso que no fue fácil, Manuel empezó a relajarse, a ver en él cualidades, a recordar otro tiempo en el que sí fue querido, a abrirse a la posibilidad de que se pudiera repetir… Y conectó con su dolor, con el momento en que su vida se torció y empezó a entender, a perdonarse y a perdonar; a sanar y se convirtió en resiliente.

Para ser resiliente, para superar un trauma se requieren dos cosas: una, haber vivido una situación anterior a él en la que tu vida fuera mejor, en la que te sintieras querido y alguien que despierte tu recuerdo.

Ese alguien puede ser una pareja, un maestro, un amigo, un terapeuta. Y puede ser cuando el dolor permita abrir una vía.

Empezamos el blog deliberadamente por algo duro, la situación de extremo daño en una persona; esto se aplica a supervivientes de torturas, a niños abandonados y abusados o a cualquier atrocidad que podáis pensar. Esto es lo duro, y lo esperanzador es que aún en esos casos extremos hay cura. La cura se llama resiliencia. Encajar el trauma y salir fortalecido porque tuviste alguien que te tendió la mano, probablemente unas cuantas veces hasta que viste que era para ti y a través de esa mano recordaste cuando los tiempos fueron mejores y  eso avivó tu deseo de salir y la creencia de que era posible.

Esto es la resiliencia. Lo duro, vivir situaciones extremas; lo esperanzador; que aún de ellas se puede salir y vivir una vida feliz.

Vamos a por ello.

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